Vivir confinados en un pesquero en alta mar

Con la que está cayendo carbonian@s no sé cómo empezar esta entrada, ni tan siquiera que contaros. Mis compañeros, con trabajos relacionados con la sanidad, están escribiendo entradas muy interesantes relacionadas con pandemias y virus… Y yo voy a aprovechar mi experiencia personal para describiros cómo es vivir en un pesquero en alta mar. La situación que todos estamos viviendo quizás nos ayude a valorarlos más y a entenderlos mejor. Se lo merecen.

Los pescadores se ven obligados a dejar su hogar durante días, semanas o meses y a confinarse (palabra de moda) en un espacio de reducidas dimensiones para adentrarse en un medio hostil y a menudo cruel. Imaginad por un momento que debajo de vuestros pies no hay tierra firme, sino agua (que puede estar en calma…o no). Vuestra casa es ahora un espacio reducido que se mueve y que habréis de compartir con personas desconocidas. Ese será durante meses vuestro hogar y lugar de trabajo. La cosa se complica si además no hay opción a salir, ni siquiera para hacer la compra. Si te has olvidado de meter algo importante en tu equipaje tendrás que ingeniártelas, no hay otra solución. Cuando te asomas solo puedes ver cielo y mar. Sí, es muy chulo los primeros días, pero a medida que van pasando los meses…Pues este es el escenario de una campaña en un barco de pesca. 

¿No parece más complicado de gestionar que el confinamiento en nuestras casas? Me diréis que es diferente porque pescar es un trabajo voluntario y tenéis razón, es una diferencia importante. Aún así, creo que su modo de ganarse la vida exige un sacrificio personal muy elevado y por eso es de justicia valorarlo.

Voy a usar la campaña que hice “confinada” con 37 pescadores en un pesquero en aguas del Océano Indico para contaros como fue para mí vivir seis meses en ese entorno. Aunque no era la primera vez que embarcaba sí que fue mi marea más larga. El barco, “Géminis” de nombre, era un congelador arrastrero no demasiado grande y de reciente construcción. Era cómodo, nuevo y limpio. Me alojaron en un camarote con baño individual…tuve suerte. 

Una característica del trabajo en un barco es que no hay fines de semana ni festivos. Por tanto, mi trabajo seguía el ritmo diario de las tareas de la pesca. La mayor parte del día me dedicaba a recoger datos técnicos y a hacer muestreos biológicos en cada lance. También me encargaba de identificar y clasificar especies tropicales que solo había visto en documentales de televisión (unas buenas guías faunísticas que metí en mi equipaje fueron vitales para esta tarea). Recogía muestras biológicas para llevar al laboratorio y, aunque como fotógrafa no soy muy buena, conseguí también un número importante de imágenes de peces y moluscos de la zona.

Trabajaba mucho sí, pero no a todas horas. Y en un barco es importante tener el tiempo ocupado. Entre pesca y pesca nadie dejaba de trabajar. Los marineros se ocupaban de mantener en condiciones la parte habitable del barco (lavar, limpiar, cocinar, pintar, ordenar…) y la zona de trabajo (reparar aparejos, estibar la carga, organizar los túneles de congelación y la bodega…). En la cocina no se paraba, siempre estaban preparando la próxima comida (alimentar a tanta gente y que estuviesen contentos era muy importante y no resultaba nada fácil, os lo aseguro). El personal de máquinas mientras tanto se encargaba de la revisión, reparación y puesta a punto de la maquinaria que hacía que el barco se moviese y pescase. Los oficiales del barco trabajaban desde el puente decidiendo con ayuda de las cartas náuticas las futuras pescas, revisando los aparatos de la maniobra y de la pesca, reportando a tierra las novedades, atendiendo los problemas que puedan surgir (ya sean laborales, de convivencia, enfermedades)….

Para mi las horas libres resultaban complicadas de gestionar, porque ¿cómo se llena el tiempo libre en un barco durante tantos meses? Las opciones de ocio eran limitadas: una película, leer, escuchar música… o pensar. La sensación de soledad iba en aumento con el paso de los días y tuve que hacer un ejercicio mental importante. Me di cuenta que sola en mi camarote no era conveniente quedar más que el tiempo justo y que debía socializar con los demás habitantes de nuestro “microcosmos”. Aquí entraba “el grupo”, la gente que me rodeaba. Así que empecé a acompañar a la tripulación en sus tareas y mientras tanto nos contábamos nuestras vidas, hablábamos de libros, películas, música, cocina, o incluso de poesía (en todos los barcos que navegué siempre me encontré con la figura del “marinero poeta”).

También recuerdo que los últimos días no fueron los peores. Fue hacia la mitad de la campaña cuando el tiempo parecía no pasar y llegué a desesperarme. Sinceramente, hubo momentos en que me hubiese ido a nado. Era mucho tiempo ya y cada vez parecía pasar más lentamente… 

Dejo para el final el recuerdo de los momentos mágicos y únicos que también viví: pisar países exóticos, atravesar el Canal de Suez formando parte de una “procesión de barcos” (íbamos los últimos), disfrutar del silencio de la noche en cubierta, alucinar viendo un cielo estrellado con el capitán al lado esforzándose en enseñarme las constelaciones (¡gracias Goyo, todavía las recuerdo!), ver amanecer desde el puente del barco con delfines saltando en la proa (o viendo pasar tortugas, manta-rayas…), cantar “gallegadas” con los marineros en el parque de pesca, escuchar música desde cubierta viendo el horizonte…Inolvidable.

Y ahora estoy aquí, en mi casa. Es una situación extraña ver pasar los días con toda la familia sin tan siquiera abrir la puerta. Teletrabajo. Ocio, de puertas para adentro: cine, series, juegos de mesa y libros. Calles silenciosas. Aplaudimos cada día en la ventana a las ocho de la tarde. Los vecinos se asoman a sus balcones, nos saludamos. Escucho a los pájaros cantar. Hoy llueve…

Como es de recibo, esta entrada no puede acabar sin enviar gracias infinitas a todos aquellos que están trabajando por sacarnos de esto.

Y recordad, ¡Solo con investigación y ciencia podremos avanzar!

¡Hasta la próxima entrada marina!

3 comentarios

  1. Muy bonito y revelador relato que invita a pensar que los aplausos de las 20:00 horas de todos los días también pertenecen a los trabajadores del mar.

    1. ¡Gracias por tu comentario José Luís! Estoy de acuerdo que es de justicia que los aplausos de la sociedad vayan también para todo el sector pesquero. Aquí tienen siempre el mío. Va por ellos.

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