El lenguaje de los huesos: (VI) Momias a gogó (II)

Continuando con las diferentes formas de conservar un cadáver, y tras hablar en la entrada anterior sobre la momificación artificial, hoy os hablaré de algunas maneras en las que un cadáver puede conservarse de manera natural.

Momificación natural

La forma en la que un cuerpo se momifica depende de diversos factores, tanto propios como ambientales. Algunos de los factores que influyen en el grado de momificación varía en función de agentes retardantes del proceso de putrefacción, que pueden incluso dar lugar a la conservación de un cuerpo, son el clima frío y seco o el uso de antibióticos antes del fallecimiento del individuo.

El caso más común en que un cuerpo se momifica, parcial o totalmente, es por un proceso de desecación. Si el enterramiento se produce en un lugar seco, con una temperatura a partir de los 25-30ºC y aire circulante, se favorece la pérdida de humedad del cuerpo con la subsecuente deshidratación, conservando el cabello, las uñas, las orejas, los labios y los tejidos blandos deshidratados.

El proceso se inicia aproximadamente a partir del sexto mes del fallecimiento, si las condiciones ambientales son favorables, en partes expuestas donde haya poca agua y grasa, como son los pabellones auriculares, la nariz y los dedos. El secado progresivo del cuerpo hace que la piel se vaya adhiriendo al esqueleto adquiriendo una tonalidad oscura y una consistencia dura y correosa. En los recién nacidos éste proceso puede darse más fácilmente, ya que aún no han recibido suficiente carga bacteriana a través de la lactancia materna.

 

Momificación natural intencional

La principal diferencia respecto a la momificación natural en sentido estricto, radica en la práctica cultural con la intención evidente de conservar el cadáver en determinado lugar o con determinada postura.

Por poner un ejemplo, en la cultura Chachapoya (Perú), desarrollada desde el 800 d.C. al 1500, se buscaba la forma de conservar el cadáver. Creían en la vida después de la muerte, pero siempre que los cuerpos de los difuntos permaneciesen inalterables en el tiempo. Colocaban el cuerpo en posición sentada, con las rodillas recogidas a la altura de la barbilla y las manos en la cara. Para lograr esta postura, era necesario desarticular el cuerpo, emplear cuerdas para sujetarlo y envolverlo en fardos con varias capas de tela. De este modo, podían introducirlos en urnas de piedra que ubicaban en lugares recónditos y de grandes desniveles, en las repisas de barrancos que se localizaban por encima de los 4000 metros. Aún existen muchas dudas de cómo fueron capaces de realizar allí estas construcciones funerarias, siendo que hoy día solo son lugares accesibles a expertos escaladores…

Si algún día lográis desentrañar el misterio, volved a esta entrada y dejadme un comentario, me encantará leerlo. Mientras tanto, me despido hasta la próxima.

Que el pensamiento crítico os acompañe, carbonian@s.

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