Una conocida sentencia de Jean Baptiste Alphonse Karr dice que la botánica es el arte de insultar a las flores en griego y latín. Sin embargo, antes de los nombres científicos y los latinajos, las especies se nombraban con vocablos diversos, resultado de la existencia de diferentes idiomas y dialectos y la estrecha relación que las personas de las diferentes etnias tenían con la naturaleza que les rodeaba y la necesidad de agrupar y clasificar los organismos.
El primer paso en la sabiduría es conocer las cosas en sí mismas; esta noción consiste en tener una idea verdadera de los objetos; los objetos se distinguen y conocen clasificándolos metódicamente y dándoles nombres apropiados. Por lo tanto, la clasificación y la asignación de nombres serán la base de nuestra ciencia.
Linneo, Systema Naturae
Los nombres científicos surgen de la necesidad de nombrar de manera unificada y global las especies conocidas que, solo de plantas, se estima sean más de 400000 y cada año se nombran unas 2000 nuevas. Sin este estable sistema sería imposible avanzar y comunicarse sin caer en el más absoluto caos…
La nomenclatura científica de las plantas tiene una larga e interesante evolución histórica que, actualmente, se rige por medio de unos estrictos códigos internacionales consensuados por expertos y que se revisan y actualizan para su adaptación a las necesidades científicas actuales. El código actual vigente es el Código de Shenzhen, que recoge las bases para nombrar algas, hongos y plantas.
El sistema binomial que aún hoy utilizamos para nombrar las especies fue ideado por el naturalista Carlos Linneo que, no solo sienta las bases para la utilización de este sistema, sino en su obra Species Plantarum (1753) nombra todas las especies de plantas conocidas hasta la fecha, que son cerca de 6000. El sistema linneano consta de un binomio, que es una combinación de dos palabras: el nombre genérico (escrito con la primera letra en mayúscula) y el epíteto específico. Los nombres están escritos en latín o versiones latinizadas de palabras de otros idiomas. Familiarizarse con esta nomenclatura es mucho más fácil si seguimos el manual de Lena Struwe «El Nombre de las Plantas«, traducido por la botánica española y compañera de batallas Carmen Acedo.
Los nombres latinizados los escogen los investigadores que dan nombre a las nuevas especies siguiendo, claro, las normas del código. Después, la imaginación o la finalidad del investigador juegan un papel crucial, existiendo una batería de nombres científicos que pueden tener significado en cuanto a características concretas de las especies, su hábitats o su distribución, existiendo nombres que pueden dedicarse a personas o que, simplemente, carecen de significado.
Un ejemplo muy actual y divertido es un nuevo árbol descrito, que es familia del ylang-ylang y la primera especie botánica que ha recibido nombre en 2022 de la mano de Investigadores del Royal Botanic Gardens de Kew: Uvariposis dicaprio. El nombre, lejos de lo que podíais pensar algunos, no se debe a que este singular árbol de frutos maduros con la cara del actor Leonardo DiCaprio, sino que los autores le han dedicado el nombre de la nueva especie en agradecimiento a la campaña que éste llevó a cabo para revocar una concesión maderera y ayudar así a salvar el bosque de Ebo, en Camerún. Este hecho ha resultado clave para la conservación de esta rara planta de la que se han contabilizado unos pocos ejemplares en estado silvestre y para la preservación in situ de otras muchas especies.
Este amable gesto, responde al sincero agradecimiento de los autores por una buena y necesaria causa. Esperemos que sirva de ejemplo para que otros compañeros influencers, como DiCaprio, luchen por la conservación y que se ponga de moda proteger todos los bosques del mundo…
Pero hay otras historias ligadas a los nombres de las plantas que merecen la pena ser contadas. Algunas de ellas como por ejemplo, la historia detrás del nombre Bougainvillea, muestra tras ella toda una historia digna de una película de aventura y cuya protagonista, Jean Baret, fue la primera mujer que dio la vuelta al mundo vestida de hombre y cuya historia completa (no hago spoiler) podeis leer en el fascinante libro de Mª Teresa Tellería «Sin permiso del rey«. Al recuerdo de esta pionera, por cierto, se dedica la especie Solanum baretiae, originaria de Perú.
El árbol DiCaprio, como así se le empieza a bautizar en español, es un ejemplo perfecto de un nombre latinizado y que cumple las reglas de la nomenclatura botánica. Pero también, es un ejemplo de cómo hasta para una especie recién nombrada, se utiliza o se busca un nombre común. Si ya existe un nombre científico que se encuentra consensuado mundialmente y cuya finalidad es la búsqueda de un entendimiento global, ¿para qué utilizar e incluso asignar un nuevo nombre común o vernáculo?
Este es un profundo e histórico debate en el que me gustaría adentrarme en otro de nuestros carbonianos viajes…