En la parroquia de Lians pasé los veranos de mi infancia y allí fui testigo de la extinción de una forma de vida milenaria. Entonces los bueyes o vacas que tiraban del arado romano o de los carros de madera formaban aún parte del paisaje. Buena parte del paisanaje practicaba una economía de subsistencia, combinando la pesca en botes, la labranza de las huertas y la cría de animales.
Los carros de bueyes o de vacas eran una estampa habitual en las playas recogiendo algas varadas en la orilla que servían de fertilizante. Se veían también por algunas playas yuntas de bueyes trabajando en la pesca de los “bous” (bueyes en catalán), un arte de pesca con redes importado de Levante que trajeron a Galicia los catalanes. El origen del nombre se piensa que procede de la participación de estos animales en la pesca. Las redes se largaban al mar desde una pareja de lanchas que después recogían en la playa otra pareja, pero esta vez de bueyes. La pesca fue evolucionando y hoy se llaman bous a las parejas de barcos a motor que participan en el arrastre. Con la aparición de la rampa en popa para izar el aparejo aparecen en contraposición las vacas, pesqueros que pueden pescar en solitario.
Esta fusión de tradiciones ganadera y marinera se refleja también en la idea de la granja flotante construida sobre un pantalán en la ciudad holandesa de Roterdam. La idea de la Floating Farm se desarrolló en los Países Bajos pero podría ser gallega, asturiana o portuguesa por poner ejemplos muy próximos.
Esta idea obedece también a la falta de espacio que tiene este país (recordad que el diecisiete por ciento de la superficie holandesa fue ganada al mar). Al estar la granja sobre un pantalán quedaría a salvo de inundaciones y ante posibles cataclismos colaboraría en abastecer de alimentos a la ciudad de Roterdam. También supone un acercamiento de una tradición rural como la ganadería de leche a los “urbanitas”, toda una labor formativa, educacional y turística.
Es también un reto tecnológico: el de colocar en mitad de un puerto urbano una granja sin padecer la contaminación de los efluentes que genera. Las deyecciones, heces y orina son separados y convierten en fertilizantes en forma de compost o de urea en la propia granja.
La nave la habitan treinta y cuatro vacas de la raza MYR, muy mansas y que llevan bien el bullicio de las visitas. El nombre de esta raza proviene de las iniciales de tres ríos que desembocan en el centro oeste del país: Mosa, Yjsel y Rin.
La alimentación es también de reciclaje: El forraje consiste en hierba procedente de los jardines, aeropuertos, campos de golf y de futbol que rodean la ciudad. El concentrado también de reciclaje y consiste en las mondas de una fábrica de patatas fritas chips y el bagazo de cerveza de fabricación local. Un robot se encarga del ordeño, la producción no es mucha en esta raza tan rústica, una docena de litros diarios, pero de mucha calidad.
La leche se comercializa en la ciudad con una marca propia en forma de leche pasteurizada, yogures o mantequilla. La energía necesaria para pasteurizar y elaborar los lácteos, mover el robot, dar luz, etc. proviene de los paneles solares colocados sobre pantalanes. El techo de la nave recoge parte del agua necesario para que beban las vacas y para la limpieza de la explotación. Están en proyecto el desarrollo de otras actividades agrícolas y ganaderas como es la construcción de un gallinero y un invernadero flotante.
No se trata de un cuento chino y como otras muchas cosas esto de las granjas flotantes lo inventaron ya los chinos. Ocurrió en el primer tercio del siglo quince cuando gobernaba el emperador Yongle de la dinastía Ming, la misma de las famosas porcelanas chinas. Entonces se creó una gran flota con la finalidad de cobrar impuestos y crear redes comerciales y diplomáticas en los países a los que iban arribando. Los barcos tesoro que así se llamaban cruzaron el estrecho de Malaca en el sureste asiático, alcanzaron la India, después Arabia y por el último Tanzania. Hay quien dice que se presentaron incluso en la República de Venecia, pero no fue para tanto, eso sí que es un cuento chino.
El almirante Zheng He, musulmán y eunuco, era el comandante de esta inmensa flota que realizó siete viajes en un periodo de 25 años. La flota llegó a los trescientos navíos, mientras que la de Colón, Vasco da Gama o la de Magallanes constaban de tres, cuatro y cinco naves respectivamente. Los barcos tesoro rondaban los cien metros de eslora mientras las naves ibéricas apenas alcanzaban treinta metros.
Multiplicaban por treinta el tonelaje o la capacidad de carga de sus contemporáneas carabelas. Llevaban tecnología punta, además de la brújula, el barco del almirante llevaba una enorme biblioteca donde podía consultar las cartas y derrotas de expediciones anteriores. Las naves se gobernaban con verdaderos timones de codaste como los barcos de ahora (el timón de las carabelas no pasaba de ser un remo). En Nankín junto al río Yang-Tse estaban los diques secos necesarios para construir barcos de gran eslora. La construcción ya era con compartimentos estancos. Hubo que esperar a mediados del siglo XIX para conocer técnicas similares en los astilleros europeos.
La singladura tenía tramos de navegación de altura y otros de cabotaje por costas áridas en las que no se podían repostar víveres. Llevaban además de buques aljibe con agua potable, barcos “huerta” con varias cubiertas donde entre otras cosas cultivaban soja y barcos granja con animales domésticos. Gracias a los cerdos, vacas, ovejas, cabras y gallinas podían comer también carne y huevos. Estos alimentos frescos les ayudaron a gestionar mucho mejor el problema del escorbuto que los navegantes contemporáneos europeos. Eso si, casi puedo asegurar que no llevarían vacas de leche pues el ochenta por ciento de los chinos no toleran la lactosa.
En internet podéis buscar un video muy bonito y corto de seis minutos sobre los bueyes y la pesca , teneis que teclear en el buscador «Cando os bois lavram o mar» Portugal.
Como siempre interesante! Muchas Gracias