Hoy voy a contaros algo acerca de una ciencia que se encarga de dar edad a los árboles y que también tiene aplicaciones muy interesantes en el estudio de los peces: la dendrocronología.
Como os conté en mi primera entrada, y ya van unas cuantas, peces y árboles tienen al menos una cosa en común y es que podemos conocer su edad gracias a los anillos estacionales que marcan los otolitos en los peces y la madera en los árboles. Los anillos, además de ayudarnos a conocer la edad, aportan información extra que permiten interpretar que factores han influido en su crecimiento.
Tanto en peces como en árboles el crecimiento no es continuo y las variaciones de temperatura del medio dejan una clara señal en los anillos de los otolitos y de la madera variando su grosor. Además, todos los peces o árboles que crecen en iguales condiciones tienen una “huella de tiempo” común y presentan una secuencia de anillos muy similar, reconocible y con un patrón característico. Por eso, otolitos y madera son “archivos” de gran calidad de información ambiental y la dendrocronología se encargaría de interpretar el código que almacenan.
¿Qué limitaciones tienen los otolitos en la aplicación de esta ciencia? No se puede aplicar la dendrocronología a especies que vivan en zonas donde no se forman anillos de crecimiento (por ejemplo, los trópicos); También es importante que las especies sean de vida larga como es el caso de Sebastes norvergicus o Coryphaenoides rupestris; Además, en el otolito deben marcarse muy claramente los anillos y ser medibles.
¿Y para qué es útil la dendrocronología? Pues tiene muchas aplicaciones, como estudiar los procesos que tuvieron lugar en una escala grande de tiempo (ecología), conocer los cambios que experimentaron las poblaciones con el paso del tiempo (dinámica de poblaciones)…
Ya hay en marcha estudios muy prometedores cuyo objetivo es poder interpretar el “archivo” de estos otolitos y extraer la valiosa información que almacenan. ¿Quién se apunta a trabajar en esta ciencia?
Y hoy acabo con el agradecimiento especial a mi colega experta en crecimiento y amiga Esther Román, del equipo de pesquerías lejanas del Instituto Español de Oceanografía, y que muy amablemente me ha cedido algunas de las imágenes que acompañan a este texto.