El panel de cartón que veis como primera imagen de esta entrada lo llamamos plannig y sirve para organizar el trabajo en cada ganadería. En él los ganaderos apuntan fechas de partos, inseminaciones y otros eventos reproductivos de las vacas ¿Y habéis visto lo que hacen los caracoles que están encima de él? Pues literalmente se lo están merendando y por eso algunas de las notas escritas se han vuelto ilegibles. Nada importante, con un poco de paciencia y la ayuda del ganadero recuperaremos de nuevo la información y la apuntaremos en uno nuevo.
Y es que quizás no sepáis que los caracoles pueden alimentarse de papel (lo mismo que las vacas o las termitas). Hasta hace poco se pensaba que lo hacían produciendo enzimas que digerían la celulosa del papel, hoy está demostrado que no. ¿El secreto? Que tienen una flora bacteriana en su aparato digestivo capaz de sacarle provecho a la celulosa.
Como curiosidad, los únicos animales en los que se han detectado enzimas que digieren celulosa son la lepisma, que es el “pececillo de plata” que recorre los suelos de nuestras casas (Ctenolepisma lineata) y un bivalvo con apariencia de gusano, Teredo navalis, conocido como gusano de barco o la broma. A pesar de su nombre, no resultaba ninguna broma para los marinos que navegaban en barcos de madera. Este bivalvo era capaz de ir poco a poco “comiéndose” la madera de sus cascos hasta hundirlos. Sin necesidad de bacterias simbióticas, estos dos pequeños animales son los únicos que tienen enzimas capaces de romper la celulosa.
Como el título de la entrada hace referencia precisamente al conjunto de la flora bacteriana que albergan los animales, os voy a mostrar algunos ejemplos de su participación en la digestión para los mamíferos herbívoros:
Vacas: El rumen y retículo son un verdadero tanque de fermentación de más de 200 litros en el que habitan bacterias celulolíticas capaces de degradar la fibra (celulosa). Las terneritas más jóvenes son monogástricas como nosotros y solo tienen desarrollado un estómago verdadero o cuajar. El resto de los “estómagos” se van desarrollando a medida que la ternerita empieza comer forraje… Y es que los rumiantes no nacen, se hacen.
Para que la leche que mamen las terneras no se quede atrapada en estos rudimentarios preestómagos, se forma un canal de nombre gotera esofágica. Así cuando la ternerita estire el cuello para mamar en un acto reflejo, se regula la formación de este pliegue para que pase la leche. Se crea así un auténtico”acceso directo”.
Camélidos: Se incluyen aquí además del camello y el dromedario, a la familia americana que incluye la llama, la alpaca y la vicuña. El digestivo de estos herbívoros funciona como el de los rumiantes, aunque no se consideren estrictamente como tales. Sólo tienen tres compartimentos, pues el libro y el cuajar están fusionados en uno solo.
Otra diferencia con los rumiantes es que los camélidos no tienen pezuñas (tienen dos dedos con uñas en cada pie y almohadillas plantares). Además los camélidos muestran rastros de incisivos centrales vestigiales en el maxilar superior, mientras que los rumiantes solo tienen dientes incisivos en la mandíbula inferior (la encía superior engrosada forma un rodete dentario, ¿lo veis en la foto?).
Otro modelo de herbívoro son los équidos. En el caballo, los ciegos del intestino grueso tienen un volumen de más de un centenar de litros y funcionan como los preestómagos de los rumiantes. En cierta manera este sistema pretende ser más eficiente, pues las partes nutritivamente de más calidad no sufren la fermentación, absorbiéndose directamente en el intestino delgado. Nutrientes como la glucosa y los aminoácidos se absorben tras pasar por el estómago directamente al intestino (en los rumiantes sin embargo se degradan). Las partes menos digestibles como la fibra se dejan para el final para que fermente en el intestino grueso. Esto puede provocar al caballo un problema: el embotellamiento de alimento fibroso en la parte final del intestino… lo que hace a este animal muy susceptible a padecer cólicos y obstrucciones.
El digestivo del conejo es muy similar al de los caballos, y por lo tanto también es un animal muy delicado. Algunos de los nutrientes obtenidos de la fermentación de la fibra son absorbidas a través de la pared del ciego, pero la mayoría pasan a formar los cecotrofos. Los cecotrofos son unas heces blandas globulosas que el conejo produce durante la noche e ingiere a primera hora de la mañana con rapidez. Esta “discreción” del conejo hace que algunos cunicultores desconozcan este hábito con el que reciclan las vitaminas, los aminoácidos y el ácido láctico que produce su flora intestinal. Vuelven así al intestino delgado donde el poder de absorción de nutrientes es muy superior que el intestino grueso.
Como curiosidad, los cecotrofos no son exactamente heces por lo que no podemos considerar su ingesta estrictamente como coprofagia por parte de los conejos. En la coprofagia verdadera, animales como el perro o el caballo ingieren heces propias o incluso de otros animales. Lo hacen como una forma de suplir una carencia alimentaria, pero a veces también debido a una situación de estrés o a un trastorno psicológico.
Pero no solo los herbívoros necesitan de esta asociación con las bacterias para realizar funciones vitales. La presencia de esta flora simbiótica en el intestino se hace necesaria en los omnívoros como el hombre y el cerdo, y también en los carnívoros como el perro y el gato. Las bacterias simbióticas impiden que otras bacterias puedan infectarnos y provocar enfermedades. También mejoran la digestibilidad de ciertos nutrientes. Nuevas investigaciones relacionan la composición de esta flora con la obesidad, diabetes, cicatrización de las heridas y alteraciones mentales.
Y escribiendo sobre el tema de las bacterias que viven en nosotros, pienso ahora en la teoría endosimbiótica emitida en 1967 por la bióloga Lynn Margulis y que quiere complementar la teoría de la evolución de Darwin. Según esta teoría hace millones de años las mitocondrias y cloroplastos eran células similares a las bacterias actuales que se alojaron definitivamente en células más grandes. Así surgieron las células eucariotas dotadas con orgánulos capaces de producir energía y de realizar la fotosíntesis respectivamente. Esto explicaría la razón de que tengan ADN propio, lo que le permite una multiplicación autónoma independiente al de la célula que las posee. Según esta teoría se alcanzaría una fusión de ambas especies y gran parte del progreso evolutivo se debería al consorcio entre organismos con genomas diferentes.
Esta teoría premia el cooperativismo de la endosimbiosis frente al egoísmo del triunfo del mejor adaptado en la teoría de la evolución. Aunque la teoría es bella, hay que advertir que es cuestionada por muchos expertos de la comunidad científica. Yo me quedo con la idea porque… “se non è vero, è ben trovato”.
Independientemente de que la simbiosis forme parte o no del proceso evolutivo nos autodenominamos individuos, pero estamos constituidos por una tropa de bichitos tan dispares como los personajes del camarote de los hermanos Marx.