“En este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira” (Campoamor)
En el edificio del instituto de Vigo que aparece en la imagen inferior todavía se puede leer grabado en el friso «Instituto Bioquímico Miguel Servet». Es todo lo que queda de la farmacéutica que fue creada allí en 1935 para la transformación en Galicia del cornezuelo del centeno en medicamentos. Hasta entonces esa materia prima cruzaba los mares sin dejar en nuestra tierra el alto valor añadido que generaba la manufacturación.
El instituto Bioquímico Miguel Servet fue el embrión de lo que hoy conocemos por Zeltia, fabricante entre otras cosas de un antiparasitario externo muy extendido en veterinaria: ZOOGAMA®. En la actualidad Pharmamar (que es una rama de esta farmacéutica) fabrica a partir de un alga el anticancerígeno Yondelis. Otra farmacéutica, Zendal, con origen también en Zeltia y en colaboración con el CSIC sacará la primera vacuna española contra el coronavirus. Todo un ejemplo.
Volvamos al pasado: a finales del siglo XIX desde los puertos de Vigo y Coruña salían barcos cargados con el cornezuelo del centeno, en gallego caruncho (Claviceps purpurea) con destino a puertos de Inglaterra, Estados Unidos o Canadá para la elaboración de medicamentos. Los campesinos gallegos se encargaban de recolectar este hongo, una plaga conocida ya desde la edad media. Esta maldición de los campos al final resultó una bendición muy rentable para un campesinado empobrecido.
El principio activo del cornezuelo es una micotoxina, la ergotamina, que provoca el ergotismo, fuego del infierno o de San Antón. La causa de esta intoxicación era la ingestión accidental de pan fabricado con centeno contaminado. Había también quien lo consumía voluntariamente para aprovechar el efecto alucinógeno (al derivar la ergotamina a LSD o ácido L Lisérgico). Además de estas alucinaciones provocaba una sensación de quemazón y gangrenas que podían acabar con la pérdida de dedos, manos o pies.
A dosis moderadas, la ergotamina se utilizaba con efectos medicinales: como abortivo y antihemorrágico en medicina humana y en medicina veterinaria formaba parte del PARIESPULSIN®, un medicamento que prescribíamos con muy buenos resultados para la expulsión de la placenta .
Esta dualidad avala la frase de Paracelso: “Todas las sustancias son venenos, no hay cosa que no, la dosis correcta diferencia un veneno de un remedio”.
Las micotoxinas son extremadamente resistentes. La mayoría contienen grupos epoxi (el mismo que el de las resinas industriales) que las hacen resistentes incluso a temperaturas de autoclave (121ºC). Podemos encontrarnos con situaciones en las que el hongo ha desaparecido, pero persiste la micotoxina, mucho más resistente que este. O bien la situación de que haya hongo pero que no se den las circunstancias para que produzca micotoxina. Por lo que la presencia o ausencia de hongos no implica la presencia o ausencia de micotoxinas.
Para algunos hongos las micotoxinas son el armamento de una auténtica guerra biológica contra otros competidores microbianos. Afectan a personas y animales domésticos que accidentalmente se meten en esta batalla y sufren las consecuencias del “fuego amigo”. Pueden provocar daños renales, respiratorios, reproductivos, digestivos y sobre todo inmunosupresión según el tipo de micotoxina. A estas enfermedades se les denomina insidiosas, causan daño con disimulo, lentamente y cuando tomas consciencia es demasiado tarde, el mal ya está hecho.
Las micotoxinas se pueden producir durante su cultivo en el campo (micotoxinas de campo) como la vomitoxina o el cornezuelo del que hablamos. Hay otras, las llamadas de conservación, que se producen durante el almacenamiento del grano, forraje u otro alimento. En este caso las materias primas fueron transportadas o almacenadas en condiciones de alta humedad y calor. La micotoxina de conservación más conocida es la Aflatoxina B, que además de a la vaca, puede afectar a las personas. Hoy conocemos las causas y las podemos combatir mejor. El control mediante analíticas rutinarias de las materias primas tanto para piensos como para alimentos de consumo humano hace muy improbable que exista una intoxicación.
Volviendo a Paracelso, Campoamor y la relatividad: la penicilina descubierta por Fleming es otro ejemplo que podríamos considerar como micotoxina. Su descubrimiento fue consecuencia de un descuido. Una placa de cultivo olvidada en un rincón del laboratorio se había contaminado con el hongo del género Penicillium. Alexander Fleming observó que se había producido una zona en la que las bacterias habían dejado de crecer. Se había formando un halo o “calva” alrededor del hongo, descubriendo que la penicilina era la causa de ese halo de inhibición.
La penicilina ha salvado muchas vidas, y tanto en medicina humana como veterinaria se podría hablar de un antes y después de su descubrimiento. Desde luego Fleming fue un gran hombre de ciencia, capaz de sacar partido a un error gracias a la observación. Además fue una gran persona que no patentó la penicilina para que cualquier nación por pobre que fuese la pudiera fabricar. Todo un ejemplo si lo comparamos con lo que está pasando ahora ¿no creéis?