Es tiempo de ciencia.
La carbonoticia publicada hace unos días por nuestro compañero Oliver (Y cuando más lo necesitábamos, apareció la ciencia), nos recordaba la importancia de la ciencia en estos cruciales momentos. Sin embargo, estos días atrás nos hemos visto en una situación sin precedentes en la que los avances científicos se han desarrollado a una velocidad nunca vista, en los que las notas científicas y las observaciones se han publicado, solapado, interpretado y divulgado a una velocidad de vértigo. En esta situación de guerra, hemos vuelto a ver cómo aparece y prolifera, de nuevo la figura del embaucador, del vendedor de humo, del curandero, del charlatán y/o del ignorante. Es por ello, que hay que tomar medidas y saber cómo diferenciar la ciencia, de lo que no lo es…
La ciencia, es un sistema ordenado de conocimientos. Ya en la carrera y gracias a mis maestros, comprendí que la ciencia se encuentra en avance continuo hacia el conocimiento, que siempre, siempre, estará en construcción. Por tanto, la ciencia cambia, se revisa, se adapta, se modifica y continúa, con el objetivo de acotar la incertidumbre. Y la incertidumbre también cambia. Así que la ciencia se encuentra continuamente en revisión por las numerosas disciplinas que la conforman, basadas en cientos de miles de estudios y que implican a un alto número de científicos, técnicos, estudiantes, divulgadores, etc. Y ahí es donde realmente reside su fuerza, en que todo el conocimiento debe basarse en una experimentación.
Las ciencias y las diferentes disciplinas científicas, según Wolf A. (1925), han de ser críticas, por lo que no han de contaminarse con influencias externas, han de ser generales y sistemáticas y, por supuesto, requieren una verificación empírica. Esto no ha cambiado desde entonces. Y así, aunque no de la misma manera, porque para ello se adapta perfectamente a cada disciplina, el método científico rige una serie de pasos que permiten que se haga auténtica ciencia.
Aunque no me voy a explayar ésto, porque para ello hay bibliografía especializada, si que merece la pena reflexiona sobre algunos de sus pasos obligados: Observación, reunión de evidencias; formulación y comprobación de hipótesis y generación de conclusiones. Por tanto, sin necesidad de que la ciencia sea un dogma, que no lo es, es capaz de con unos sencillos pasos, de eliminar de este proceso todo aquello que no se basa en una evidencia y por tanto, no puede demostrarse científicamente. Si esto no fuera así, no seríamos capaces de discernir la información relevante de las hipótesis o incluso, de los engaños.
Así pues, la «tiranía» implica que todo lo que no se puede demostrar, no es ciencia. Es muy sencillo y funciona. Por tanto, una observación, obviamente, es crucial para formular una hipótesis, pero solo es un primer paso. Un número de pacientes que mejoran tras la aplicación de un medicamento, es una observación y en estos tiempos, una ventana abierta para nuestro futuro, pero para determinar realmente si ese medicamento es válido y/o seguro, se requiere un esfuerzo mucho mayor.
Por ello, abran los ojos y los oídos para diferenciar la información real de las falacias que proliferan en la red y en los medios audiovisuales. Y es difícil, puesto que debido a esta crisis los protocolos médicos se ven acelerados y aparecen personajes de todo tipo ofreciendo su milagrosa cura en los más diversos formatos. Desde políticos, que animan a sus seguidores a inyectarse desinfectantes, agricultores, bomberos o supuestos «científicos» (quién es Kalcker por Javier Santaolalla e Ignacio Crespo) que defienden el uso del dióxido de cloro basándose en supuestos informes de amigos que, curiosamente, no se encuentran disponibles en los servidores científicos, pero que son conocidos por políticos y médicos. Sin embargo, el dióxido de cloro no solo no es un medicamento, sino que puede resultar perjudicial, como explica esta excelente entrada en la Revista Investigación y Ciencia. Si tan claro tenemos todos que esos productos milagrosos funcionan y son inocuos, ¿qué miedo hay de seguir los protocolos que muestran su eficacia? ¿Qué miedo existe de hacer ciencia? Ah, si… Debe ser la «tiranía» del método, que a los pobres magufos no les concede una tregua… Si realmente esto fuera así, estaríamos frente a una injusticia equiparable a la que sufrió Galileo cuando defendió que la tierra era redonda (es uno de los argumentos utilizados por el pobre Kalcker). Sin embargo, lo que yo veo es que la comunidad científica y los divulgadores se están volcando para luchar contra la desinformación y las falacias. Es tiempo de ciencia.
Ustedes sean libres de elegir, pero como dice el chascarrillo «A creer, se va a la iglesia».
Yo, elijo CIENCIA.