Del mismo modo que para aprender un idioma hay que entrenar el oído, para comprender el lenguaje de los huesos hay que entrenar el ojo. Se presenta ante nosotros un jeroglífico que hay que aprender a descifrar, reconstruyendo restos humanos esqueletizados, para tratar de conocer el modo de vida, de qué enfermaban y cómo morían nuestros antepasados.
Éste es uno de los principales objetivos de la Antropología Física que, a grandes rasgos, podría definirse como el Área de Conocimiento que estudia el origen, la diversidad y la evolución de las poblaciones de primates, no humanos y humanos, teniendo en cuenta los factores físicos y biológicos que afectan a su naturaleza.
En el post de hoy quiero detenerme en un aspecto que me parece de especial importancia, el concepto “poblaciones de primates, no humanos y humanos”. Para comprender nuestra especie, Homo sapiens, debemos tener claro, en primer lugar, que somos primates, un mono más. Es cierto que somos peculiares, que tenemos una forma de caminar única, diferente a la de cualquier otro animal, podemos soportar nuestro peso sobre los pies y, además, caminar dejando las manos libres, porque somos bípedos. También es verdad que tenemos un desarrollo cerebral más complejo, un cerebro más grande en relación a nuestro tamaño corporal que nos hace diferentes pero, no nos equivoquemos, no nos hace mejores que otras especies. No estamos más evolucionados ni más adaptados, cada especie está adaptada al medio en el que vive. La evolución es ciega, no “sabe” adónde nos conduce. Los cambios genéticos, las mutaciones, suceden; forman parte de los organismos biológicos; a veces, “sencillamente” hay factores externos que ayudan a que haya una presión sobre algunos genes y el proceso de cambio puede verse acelerado.
Tal es el hecho de que somos primates, que tenemos un ancestro común con los orangutanes, los gorilas y las dos especies vivas de chimpancé, que se remonta a 13 millones de años atrás. Sin embargo, los orangutanes tienen su propia línea evolutiva, continuaron su camino en Asia para ser los orangutanes que son hoy en día. Adaptados a un modo de locomoción llamado braquiador (se desplazan por las ramas en las selvas de Sumatra y Borneo suspendidos de sus brazos).
Más tarde, en África, hace unos 8 millones de años, los que continuaron otro camino fueron los gorilas. Estos grandes simios africanos tenían unas características que les permitieron desenvolverse en un entorno de selva, tanto de montaña como de llanura, que son los ambientes en los que se distribuyen hoy los dos grandes grupos de gorilas actuales.
Hace unos 6 millones de años, también en África, punto clave para el conocimiento de nuestra especie, la línea evolutiva de los chimpancés y la de nuestro linaje se separa. Las dos especies de chimpancé (Pan paniscus y Pan troglodites) comparten un antepasado común exclusivo con los homínidos bípedos y, por lo tanto, están más estrechamente emparentados con los humanos que con los gorilas.
Aparecen en nuestros antepasados una serie de cambios en la anatomía del esqueleto. Se dice que la evolución comienza por los pies, y es precisamente este hecho el que marcó la diferencia. La forma de los pies de nuestros antepasados, adaptados a la bipedia, hizo que pudieran aprovechar esta ventaja para pasar del bosque a la sabana y comenzar a explorar nuevos territorios. La posición erguida les permitió ver a mayor distancia que la de un cuadrúpedo, vieron el horizonte y, con ello, un mundo de posibilidades frente a ellos. La gran salida de África de Homo sapiens comenzaba. Pero esta historia os la contaremos en sucesivas entradas.
Mientras tanto, os animo a dejar, en los comentarios, todas las dudas y/o curiosidades que os puedan surgir tras leer la entrada de hoy. ¡Hasta pronto, carbonian@s!
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