¡Hola carbonian@s!
Esta semana he leído una noticia que me ha motivado a escribir sobre “Científicos”, y lo escribo entre comillas porque son científicos, pero no hacen ciencia ética y por tanto no hacen CIENCIA. La noticia relata que una serie de investigadores de la Universidad de Harvard (una de las más prestigiosas a nivel mundial) han redactado un manual en el que explican cómo preparar vacunas caseras frente al SARS-CoV-2 e incitan a inhalarlas. Como comprenderéis todo el manual está fundamentado en evidencias científicas, pues lo han escrito personas que se dedican a ello, pero no debemos confundirnos, esto ni está avalado por ningún organismo científico, ni es seguro, ni ha mostrado su eficacia, ni es recomendable y desde luego no es CIENCIA correctamente usada. Es casi lo mismo que fundamentar el uso de lejía frente al COVID, no digo más.
Y esto me hace pensar en que no es la primera vez (ni será la última) que “científicos” usan la ciencia de manera incorrecta para probar sus locas teorías, por puro egoísmo de ser “el primero que…”, sin hacer uso de los protocolos de seguridad que se han de seguir. En algunas ocasiones, ese egoísmo carente de ética ha conseguido múltiples avances en la ciencia, pero son muchas otras las ocasiones en que han fracasado y con grandes consecuencias.
Para empezar, os comentaré el caso de otro investigador de la Universidad de Harvard, Richard P. Strong, quien en 1906 infectó a 24 jóvenes con cólera sin su consentimiento para estudiar la enfermedad y sin tener tratamiento para ello. Sus resultados sirvieron para conocer muchos factores de la enfermedad hasta el momento desconocidos, pero 13 personas fallecieron como consecuencia de su irresponsabilidad.
Otro cuestionable caso es el del pediatra americano Henry Heiman, quien en 1895 decidió estudiar si la gonorrea se podía contagiar y para ello aplicó muestras de gonorrea con un bastoncillo en los ojos de dos niños de 4 y 16 años con discapacidad mental (a los que etiquetaba en sus cuadernos como “idiotas”) y a un hombre en las etapas finales de tuberculosis. Así demostró que sí se podía contagiar, pero aún no se sabía cómo curarla.
Otro ejemplo de abuso de poder es el caso de William C. Black, médico que estudió los síntomas de la infección por herpes. Para ello, inyectó herpes a 23 niños (entre ellos a un bebé de 12 meses quien según él, se ofreció como voluntario) y documentó todos los signos de la enfermedad. Sus hallazgos fueron muy cuestionables, pero aun así, se publicaron en The Journal of Pediatrics en 1942 (Black, W. C. (1942). The etiology of acute infectious gingivostomatitis (Vincent’s stomatitis). The Journal of Pediatrics, 20(2), 145–160. doi:10.1016/s0022-3476(42)80125-0)
Además de estos, también había otros “científicos” quienes por disparatadas que fueran sus teorías, eran capaces de poner su vida en juego para demostrar lo que creían.
Por ejemplo, Stubbins Ffirth (1784-1820), fue un médico americano cuyas investigaciones se centraron en la fiebre amarilla. Él estaba empeñado en que la enfermedad no era contagiosa porque no comprendía que hubiera más casos durante el verano, pues en el caso de ser contagiosa, lo sería de manera igual durante todo el año. Para demostrar eso, decidió recoger muestras de pacientes contagiados (ya fueran saliva, sangre, sudor, orina o vómito) e ingirió o se introdujo dichas muestras para probar lo que pensaba. Él se mantuvo libre de enfermedad hasta que murió creyendo haber probado su teoría, aunque realmente no fue así. Años más tarde se vio que la fiebre amarilla se transmitía por mosquitos que actuaban como vectores de la enfermedad, y su época favorita del año era, obviamente, el verano.
Otro “científico” que arriesgó su vida fue Werner Forssmann (1904-1979), médico alemán. Werner decía que usando un catéter podría administrar fármacos de manera directa al corazón. Para ello, se introdujo un catéter urinario hasta el corazón, fue a la Unidad de Radiología del Hospital en el que trabajaba para confirmarlo, y este hecho sirvió para dar un gran paso en la ciencia, pues fue premiado con el premio Nobel de Fisiología en 1956 por haber realizado la primera cateterización de un corazón humano.
Un último ejemplo es el caso de Giovanni Battista Grassi (1854-1925), naturalista, zoólogo y botánico italiano, que fue conocido por estudiar el mecanismo de infección por Ascaris lumbricoides. En este caso, Giovanni decidió comer huevos del parásito para confirmar que la infección se daba por ingesta, tomó muestras de un cadáver y unas semanas más tarde encontró huevos de la lombriz en sus heces.
Como habéis leído en algunos casos estos experimentos han servido para avanzar en la ciencia y muchos otros no. Ahora sólo falta esperar para saber en qué grupo incluiremos a los investigadores vinculados a la Universidad de Harvard Preston Estep, George Church (en la foto) y los demás cómplices de la vacuna DIY (do it yourself).
¡Nos vemos en la próxima!