¡Hola a todos Carbóni@s! En primer lugar, lo propio será que me presente. Soy Darío, micólogo, investigador en la Universidad de León y un amante de la naturaleza. Desde ahora, me honra ser partícipe de este proyecto de divulgación y aportar mi granito de arena, en mi caso, principalmente con aquellas novedades e inquietudes que surjan alrededor del reino Fungi.
Pero venga va, comencemos, ¿esa seta se come o no se come?… Tiene buena pinta ¿no?… Parece que huele bien… ¡Pues claro que se come! Al menos… una vez…
Vamos a ser claros, no existe una regla establecida y basada en color, olor, hábitat u otra característica que, de forma aislada, nos permita distinguir la comestibilidad o la toxicidad de las setas. Solo el conocimiento completo de los carácteres de la especie es válido para determinar su identidad y por tanto su comestibilidad.
Sin embargo, surge la duda sobre a qué nivel está nuestro conocimiento cuando nos encontramos con especies de hongos como el Tricholoma equestre (seta de los caballeros). Tras años de consumo y considerándose un excelente comestible resulta, tras recientes evidencias, tener alguna sustancia tóxica aún por definir. Esta toxicidad produce un cuadro grave de rabdomiolisis (muerte de células musculares) cuando es consumida con periodicidad y en generosas cantidades (Bedry, 2001).
Los hongos producen una gran cantidad de metabolitos secundarios, unas sustancias que no están implicadas directamente en sus funciones vitales. En algunos casos resultan tóxicos para el ser humano, en otros en cambio, resultan ser clave para la medicina. Esto quedó de manifiesto con el mayor descubrimiento Alexander Fleming, la penicilina. Estos hechos evidencian lo mucho que nos queda por conocer sobre estas auténticas fábricas bioquímicas.
Algunas especies llegan a ser muy prólificas en la generación de sustancias activas como es el caso del conocido como cornezuelo del centeno (Claviceps purpurea), del cual se han llegado a aislar más de 50 alcaloides con utilidad farmacológica (Illana-Esteban, 2009).
La utilidad médica de estos metabolitos de origen fúngico es muy diversa, en ellos encontramos propiedades inmunoestimulantes, antitumorales, reguladoras hormonales, antifúngicas, antibacterianas… ¡ah! y como no, antivirales.
El equipo liderado por Paul Stamets guiados por su gran capacidad de observación del medio natural se dio cuenta de que las abejas melíferas (Apis mellifera) acuden frecuentemente a recolectar micelio de hongos. Este hecho les sugirió la posibilidad de que estos formaran parte del vademécum de elementos naturales de este himenóptero. Las abejas melíferas sufren un acusado descenso de sus poblaciones debido al efecto del virus de las alas deformadas (DWV) y del virus del lago Sinaí (LSV). Estos investigadores conocedores de que el Orden Polyporales es un grupo de hongos interesante en generación de sustancias con capacidad antiviral, realizaron diferentes extractos a partir de una selección de estos hongos. El resultado de aplicar estos extractos en las colmenas fue sin duda extraordinario, confirmando la actividad antiviral de los hongos Fomes fomentarius (yesquero común) y Ganoderma sppl. (reishi) (Stamets, 2018)
Este es un ejemplo más del potencial de los hongos. Un potencial aún por descubrir en muchos ámbitos de la ciencia más puntera pero tambien en su uso en nuestro día a día. ¿Os animáis a descubrirlo juntos?.