El pasado mes de abril, a través de la revista Nature, conocimos que los 13 restos óseos y dentales hallados en la cueva Callao, en la isla de Luzon, al norte de las islas Filipinas, condujeron a los investigadores a plantearse que estaban ante una nueva especie de hace unos 67000 años, Homo luzonensis. Lo que ha permitido poder hablar de una sexta especie del género Homo en el continente Euroasiático, y no de un Homo erectus más, fue el análisis detallado del conjunto de los caracteres analizados en los dientes y huesos encontrados. Se trata de una mezcla de rasgos modernos y arcaicos, suficientes para hablar de una nueva especie en nuestro linaje evolutivo.
Pero el motivo del tema de mi post, no es en sí mismo este bombazo informativo sobre nuestros nuevos parientes conocidos. El verdadero motivo es que, tras leer el artículo de marras, algunos blogs y escuchar entrevistas varias vía podcast (bendito invento), me di cuenta de lo confusas que siguen siendo ideas como la evolución, la presión selectiva y la adaptación al medio. Da la impresión de que se sigue pensando que las especies se adaptan o evolucionan a la carta, según sus necesidades. La que lió Lamarck con lo de “la función crea el órgano”…
La realidad es que la evolución no es un ente en sí, no sucede con intención ni con finalidad alguna. El proceso de evolución es ciego. No nos adaptamos genéticamente según el lugar en el cual vivamos (las adaptaciones fisiológicas son otra historia, otro día os lo cuento), no hay adaptaciones genéticas de la noche a la mañana. Hay mutaciones genéticas al azar que hace que los individuos que las expresen, y que sean útiles para desenvolverse en un determinado entorno, les confieran cierta ventaja evolutiva frente al resto de individuos. Por tanto, vivirán más y mejor y tendrán más oportunidades para reproducirse y trasmitir sus genes, dejando descendencia.
Por ello, la forma en la que se producen las modificaciones genéticas, que redundan en la morfología de los individuos de las diferentes especies, es un cóctel de mutaciones azarosas, porque toca, sumadas a cierto grado de presión ambiental (epigenética). Pero si se llegase a la conclusión de que el hecho de que el pequeño tamaño que parece tener Homo luzonensis se ha debido a su aislamiento en la isla de Luzon (insularidad), no ha sido porque redujeron su tamaño “intencionalmente” debido a que la isla era pequeña. Habría individuos corpulentos y canijos y serían los canijos los que se beneficiarían de necesitar menos recursos, que en una isla no son precisamente infinitos. Cuentan los expertos que eso fue lo que pudo pasar también con Homo floresiensis, apodado cariñosamente como «Hobbit».
Dicho lo cual, os invito a que dejemos a Lamarck, y a sus ideas, descansar en paz. No os preocupéis porque vuestros pulgares se estén hipertrofiando de tanto usar el móvil a cada rato, vuestros descendientes no acabarán teniendo los pulgares como el puño de un labriego. Porque la función NO crea el órgano.
Nos leemos en próxima.
¡Que el pensamiento crítico os acompañe, carbonian@s!