Es noviembre, las temperaturas suaves y las precipitaciones que vienen aconteciendo desde el mes pasado han dado sus frutos. El otoño muestra en estos días parte de su hermosura a través de la fructificación de los hongos. Proliferan también junto a ellos los buscadores, las jornadas micológicas y el interés general sobre unos organismos que han estado trabajando durante todo el año para que el ecosistema del que somos parte, siga funcionando. Tan solo un pequeño porcentaje de ellos, durante un breve lapso de tiempo, se mostrarán a través de su estructura reproductora, la misma que nos permitirá identificar la especie, las setas.
Más allá del interés gastronómico, actualmente hay un creciente turismo micológico que busca conocer la funcionalidad de estos seres en el entorno que nos rodea, la captura de ejemplares mediante instantáneas o el simple placer de identificar las especies encontradas en el camino. Cuando toca revelar la identidad de uno de estos seres y explicar cómo se identifica, llega el problema al que se enfrenta todo micólogo delante de un neófito en la materia que espera un sencillo criterio. La clasificación “clásica” de los hongos ha sufrido en los últimos años un revés tremendo, la aplicación de los análisis moleculares de ADN.
La taxonomía (la ciencia de la clasificación) provista de esta nueva herramienta de la que ayudarse, dejó de estar limitada a las características morfológicas en las que se había basado para su clasificación “clásica” de los hongos. Se pasó desde ese entonces a identificar a los seres vivos a través de su parentesco genético. Este hecho ha complicado la posibilidad de relacionar y agrupar especies de hongos basándonos en los caracteres morfológicos.
Especies que agrupabamos juntas porque concebíamos como claramente semejantes por su aspecto, resulta que genéticamente no son para nada próximas, e incluso son «familiares» de especies con formas que para nada habríamos relacionado con ellas. Ilustrémoslo con un ejemplo, el grupo de los conocidos como pedos de lobo, ya nada tiene que ver con su clasificación «clásica».
¿Son especies emparentadas las que hay sobre estas lineas, verdad? Así se creía. Ambas especies de «pedos de lobo» se encontraban en el Orden Gasterales, junto con todos esos hongos con forma más o menos esférica y que albergan una masa de esporas en su interior. Actualmente este grupo se ha disuelto y especies como Geastrum sp. se clasifican en un nuevo grupo, próximo a los rebozuelos (Cantharellus spp) y en cambio Astraeus hygrometricus se encuentra en el mismo grupo al que pertenecen los Boletus spp.
Lo que hemos visto es comparable a que nos diesemos cuenta a día de hoy de que los murcielagos son mamíferos y no aves, los cuales debido a sus similitudes en cuanto a color y presencia de extremidades adaptadas al vuelo los hubieramos emparentado tradicionalmente con el grupo de los cuervos. A esto se le llama evolución convergente, especies que desarrollan estructuras u organos semejantes procediendo de ramas evolutivas diferentes.
Estas actualizaciones suponen un arduo trabajo para la enseñanza, que vé como los modelos establecidos se vienen abajo. Existirán aún nuevos cambios por realizar, pero quien sabe, quizás gracias a los análisis moleculares se culmine la obra que Linneo comenzó hace ya casi tres siglos.
¡Hasta la próxima carbonautas!
Muy buen artículo, sencillo y claro!!