Según el diccionario de la RAE, una mala hierba es una planta herbácea que crece espontáneamente, dificultando el buen desarrollo de los cultivos. El término maleza, hace alusión a la abundancia de estas malas hierbas, pero además, con esta palabra, el diccionario nos devuelve la siguiente acepción: espesura que forma la multitud de arbustos, como zarzales, jarales, etc.
No sé, queridos carbónicos, si han notado la connotación despectiva de dicho término… Y eso que dicha «maleza» juega un papel crucial en la dinámica vegetal…
Es por ello que hoy, os propongo acabar de una vez con las malas hierbas y con la maleza. Acabemos con este sambenito, porque… no hay plantas malas, sino plantas que crecen en lugares que a nosotros nos parecen incorrectos.
Es corriente escuchar que determinadas especies vegetales se han convertido en una plaga. Sin embargo, en la naturaleza, el término plaga no es tan nocivo como lo concebimos para la economía humana y utilizamos dicho término por extensión, para algo que es prolífero o que nos causa molestias en nuestro huerto. Sin embargo, en la naturaleza existen ciclos que regulan la presencia de patógenos y, por lo general, estos no provocan daños como para acabar con los organismos de los que dependen, ya que con ello comprometerían su propia existencia. Sin embargo, esta percepción se ha extendido en nuestra sociedad, debido generalmente, a que las plantas arvenses, ruderales y nitrófilas -como así nos referimos a las especies que se desarrollan en ambientes humanizados y perturbados- porque estas especies presentan un rápido desarrollo y una alta capacidad de adaptación a los medios alterados, lo que afecta al rendimiento de nuestros monoespecíficos cultivos. Sin embargo, estas malas hierbas, son un recurso muy valioso en un mundo cambiante, considerándose una fuente importante de diversidad agrícola.
Estas plantas, sin embargo, no ha pasado desapercibidas para algunos científicos. Un estudio reciente desarrollado por la ecóloga Lucie Mahaut y aliados, ha puesto sobre la mesa la siguiente premisa: Malezas: ¿Contra las reglas?. Este estudio determina que las malezas de los ecosistemas agrícolas constituyen un buen modelo para comprender el impacto de los cambios antropogénicos en la dinámica ecológica y evolutiva. El nicho ecológico que se desarrolló a partir de la agricultura ha sido ocupado por especies capaces de adaptarse a este nuevo hábitat, evolucionando localmente por las presiones selectivas ejercidas por el hombre durante milenios y continúan haciéndolo en la actualidad.
Algunas especies, como Agrostemma githago, son capaces de mimetizarse con los cultivos, produciendo semillas similares a la de los cereales entre los que se desarrolla, así como imitando su fisionomía en sus primeras etapas de crecimiento -lo que se conoce como convergencia fenotípica-. Sin embargo, las técnicas de limpieza de semillas han sido capaces de comprometer su existencia, dado que esta planta se conoce únicamente de ecosistemas agrícolas.
La evidencia de una rápida evolución fenotípica y molecular desafía la visión clásica del modelo estándar de genética de poblaciones. Algunos rasgos fenotípicos a menudo pueden cambiar drásticamente en el transcurso de unas pocas generaciones. Esto difiere notablemente del paradigma de evolución molecular lenta comúnmente adoptado en nuestros modelos de genética de poblaciones. Es por ello que las malezas desafían los cimientos conceptuales en ecología y evolución en el contexto de la era actual y, por tanto, las malezas agrícolas son posibles modelos para comprender la base genética de la evolución rápida en un escenario actual de cambio climático.
Por otro lado, son numerosos los usos y aplicaciones que se asocian a algunas de las especies que se consideran maleza. Los usos y virtudes de nuestras plantas arvenses o su problemática han sido tratados en recomendables obras como «La cara amable de las malas hierbas» o «Las malas hierbas».
Espero que, a partir de ahora, respetemos e incluso empecemos a ver como aliadas aquellas especies que tanto intentamos exterminar y que, una y otra vez, vuelven a adaptarse a la perturbación y nos sorprenden con su capacidad para sobrevivir… Porque, queridos lectores:
«Mala hierba, nunca muere»