Hola a tod@s de nuevo.
Hoy vengo a hablaros dos disciplinas científicas que, aunque aparentemente parezcan muy distintas, poco a poco vamos descubriendo lo interrelacionadas que están: la microbiología y la hematología. En primer lugar, la microbiología es la ciencia encargada del estudio de los “microorganismos”, un término que engloba al conjunto de formas vivas más pequeñas como bacterias, virus, hongos o parásitos. Por su parte, la hematología es la rama de la medicina que estudia las causas, pronóstico, tratamiento y prevención de las enfermedades de la sangre como la anemia, hemofilia o tumores hematológicos.
Si nos centramos en este último grupo de enfermedades, debo presentaros a uno de los componentes principales de la sangre: los leucocitos. Estas células, más conocidas como glóbulos blancos, se producen en la médula ósea y tejidos linfáticos a partir la célula madre hematopoyética. Cuando estas células proliferan de manera descontrolada se originan los canceres hematológicos, como la leucemia, los linfomas o el mieloma múltiple. Pero, ¿qué tienen que ver los microorganismos con esto?
¿Cómo lo hacen?
Por una parte, existen virus que cuando infectan estás células son capaces de transformarlas en células malignas, ya que el material genético del virus se inserta en el ADN de la célula provocando mutaciones que conducen al cáncer. Ya en 1968 científicos del Instituto de Investigación Médica de Queensland (Australia), demostraron que el virus de Epstein-Bar era capaz de transformar linfocitos (un tipo de leucocitos) y provocar el linfoma de Burkitt, una enfermedad que aparece mayoritariamente en gente joven de África central.
Si seguimos analizando esta enfermedad, hace 50 años se observó una importante coincidencia: en estas zonas endémicas, existe una relación entre la incidencia de este linfoma y la incidencia de la malaria, provocada a su vez por la infección por especies del parásito Plasmodium. A diferencia de los virus, Plasmodium no es capaz de transformar directamente los linfocitos, si no que activa la enzima Deaminasa de citidina inducida por activación (AID), que genera mutaciones en el ADN.
Otro mecanismo que podría explicar esta relación es la “estimulación antigénica crónica”. Los leucocitos son parte del sistema inmune, y su función es defender al organismo de agentes infecciosos y sustancias extrañas. Si ese microorganismo o antígeno se encuentra de forma permanente en nuestro organismo, podría inducir la activación persistente de las células del sistema inmune, lo que conduciría al desarrollo de procesos inflamatorios y genético que provocan tumores hematológicos. De ser cierto esta hipótesis, se podría establecer un nuevo paradigma en la curación de este tipo de cáncer, centrándose en la eliminación de agente causante.
El caso del mieloma múltiple y el virus de la Hepatitis C
Esta aproximación puede ser estudiada en los casos de mieloma múltiple, una enfermedad incurable que representa el 1% del total de los tumores. En esta enfermedad se produce una expansión de células plasmáticas, las encargadas de producir anticuerpos contra antígenos concretos. Se trata de una expansión de tipo “clonal”, en la que todas las células son idénticas entre sí y secretan el mismo anticuerpo llamado inmunoglobulina monoclonal. Gracias a la ayuda de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC), en el Instituto de Investigación del Hospital 12 de Octubre hemos encontrado que la inmunoglobulina monoclonal de algunos pacientes reconoce de manera específica proteínas del virus de la Hepatitis C (HCV). Estos pacientes se han tratado con antivirales frente al virus, mejorando notablemente la evolución de la enfermedad, llegando incluso a la remisión completa; frente a los que no recibieron este tratamiento o los que su inmunoglobulina monoclonal no reconocía al virus.
La microbiota intestinal
Teniendo todo esto en cuenta, podemos imaginar la importancia que tiene un “órgano” que está en contacto con más de 40 trillones de microorganismos: el tracto intestinal. La microbiota es un complejo ecosistema que cumple una serie de funciones fisiológicas esenciales para la salud. La mayoría de componentes de la microbiota establecen una relación de comensalismo “protectora”, creando un complejo equilibrio entre estos microorganismos no patógenos y el sistema inmune. Por ello, cambios en la composición de la microbiota a favor de especies patógenas pueden inducir procesos inflamatorios y contribuir a la iniciación y progresión del tumores hematológicos.
Novedosos estudios en ratones han demostrado como la diversidad o la composición de la microbiota puede influir en el desarrollo de la leucemia linfoblástica aguda o el mieloma múltiple. Además, la microbiota puede modificar la eficacia y la seguridad de los tratamientos antitumorales. Uno de los procedimientos estándar para curar estas enfermedades es el trasplante de médula ósea. Ya podréis suponer lo que os voy a decir: ¡la microbiota regula los efectos secundarios y la posibilidad de recaída de la enfermedad!
¿Y con el nuevo coronavirus?
Pero, como todo lo que ha ocurrido en el último año, el SARS-CoV-2 ha llegado para desmoronar todas las teorías. A principios de este año nos sorprendió la noticia de un varón de 61 años con linfoma de Hodgkin se curó “milagrosamente” tras infectarse de coronavirus. La hipótesis de los investigadores es que la infección podría haber activado linfocitos T y células asesinas naturales (NK) específicos contra el tumor. Vamos, que el SARS-CoV-2 le había curado el linfoma.
Aún nos queda mucho por investigar para conocer realmente como los microorganismos “conversan” con las células de la sangre y promueven el desarrollo de tumores o ayudan a curarlo.
Hasta pronto.