Plant blindness. Parte I: Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto

La ceguera por las plantas o «plant blindness» es un término acuñado por los docentes Wandersee y Schussler (1999) para referirse a la la incapacidad del alumnado de ciencias y, de la sociedad en general, de ver las plantas en su propio entorno. La sociedad actual no es capaz de reconocer la importancia de las plantas, ni su papel crucial para el ser humano. Según Allen (2003), si la mayoría de la gente no presta atención a las plantas y al papel fundamental que desempeñan en el mantenimiento de la vida, no es probable que la sociedad esté de acuerdo en su conservación y mucho menos, respaldar la investigación y la educación en ciencias botánicas. Todo esto mientras, según las estimaciones, alrededor del 40,7 % de las especies de plantas en el mundo están amenazadas y la población humana (dependiente de las plantas) sigue aumentando.

Cuando te dedicas a la botánica te das cuenta de que este es un hecho con el que has de lidiar de manera continua. Cuando se produce un desastre ambiental, sucede una perturbación o se hace patente una amenaza, la mayor parte de personas empatizan con los daños producidos a la fauna vertebrada, pasando desapercibidas las afecciones a la flora y vegetación, así como a otros organismos. La mayor parte de las personas no ven estas afecciones o piensan que son reversibles. Pero no, no todas las afecciones pueden revertirse y, a menudo, la pérdida de la cubierta vegetal ocasiona problemas mucho mayores, como la erosión del suelo o la desaparición en cadena de una serie de organismos que se encuentran relacionados. La falsa percepción de que la vegetación es resiliente se debe a que existen especies primocolonizadoras, de rápido crecimiento, se establecen de manera rápida y colonizan los ambientes degradados. Sin embargo la gran perdedora, es la biodiversidad. Debemos hablar sobre ello antes de que muchas especies se eliminen sin miramientos. Debemos dar el papel que corresponde a las especies y los hábitats para evitar que se eliminen sin consecuencias, de manera silenciosa, como si se tratara de seres invisibles.

Hacer entender a la sociedad la importancia de cada una de las pequeñas plantas que les rodea es un reto que botánicos y conservacionistas llevamos a cabo mediante pequeñas acciones cada día de nuestra vida. Un ejemplo de ello es esta emotiva entrevista a Carlos Magdalena, conservador de plantas en Kew Gardens, responsable de una de las colecciones destinadas a la conservación de plantas más potentes del mundo, en la que asegura que «la extinción de una planta es más importante que su propia muerte».

Vamos entonces a hablar de ello…

Estos días en los que nos enfrentamos a una transición energética que amenaza la biodiversidad, es difícil, por ejemplo, encontrar argumentos que aboguen por la conservación de las comunidades vegetales. Se asume que las principales afecciones se van a producir en la fauna y es cierto que son grupos que van a presentar un impacto negativo severo en sus poblaciones, sobre todo en la avifauna y los quirópteros. De esto no hay duda. Sin embargo, cabe pararse a pensar que el suelo es la base del sustento de la flora y vegetación y que conforman los hábitat en los que se desarorrollan los demás organismos, asumiendo que los impactos sobre estos, repercuten a una escala que abarca un complejo grupo de organismos interconectados. Y esta reflexión hay que hacerla enfatizando la afección a las plantas, hongos, algas y demás componentes. Son muchas las hectáreas que van a roturar, muchas toneladas de vegetación que se va a eliminar para los accesos y la construcción de infraestructuras. Si perdemos el suelo o la vegetación, el resto de organismo jamás podrán sobrevivir, al degradarse su hábitat y comprometer su supervivencia y/o resiliencia. Asistimos a la instalación de infraestructuras gigantes sobre una base de hormigón que se asientan en los cordales de las montañas, los arroyos y un sinfín de hábitats naturales, algunos de ellos considerados de interés comunitario en la Directiva Hábitats. Y son pocas las voces que reclaman que se reduzca el impacto sobre ellos. Parece que la afección por eliminación completa de la cubierta vegetal, pasa totalmente desapercibida. Incluso en el Estudio Ambiental Estratégico del Plan Nacional de Energía y Clima (PNIEC), cuando se habla de los efectos sobre los hábitats y la remoción de la cubierta vegetal, se hace de una manera muy puntual y pasando de puntillas por la palabra «vegetación» una sola vez (pág. 354). Un ejemplo actual, es el caso de la Sierra del Escudo, en Cantabria, en la que se han proyectado una serie de aerogeneradores sobre suelo ocupado por turberas ombrotróficas. Estas son un tipo de comunidades muy singulares y escasas en España que, más podrían asemejarse a comunidades propias de Gran Bretaña que a zonas peninsulares. Estas joyas botánicas no pueden ser restauradas y, siendo un sumidero de carbono de gran importancia, serán afectadas sin miramiento en favor de la industria energética. Sin embargo, se le ha concedido una Declaración de Impacto Ambiental positiva. Quizás, los evaluadores no vieron las plantas de las turberas, ni lo delicado u original de sus adaptaciones a esos ambientes tan especiales, ni su originalidad, ni su utilidad, ni su valor…

La ceguera por las plantas es un hecho que ocurre también, por ejemplo, cuando se realiza un proyecto con afecciones al medio ambiente y el Estudio de Impacto Ambiental no se lleva a cabo con un seguimiento adecuado, que se adapte a la corología del lugar, lo que conlleva un año completo prácticamente. Si esto ocurre, el sesgo producido puede ser muy importante, ya que en el mismo hábitat pueden convivir especies con un ciclo de vida muy diferente. Este caso lo hemos vivido recientemente en la ciudad de León, donde un alumno de Ciencias Ambientales e ingeniería Forestal, ha sido testigo de la eliminación de la cubierta vegetal de un lugar con una riqueza inusual en orquídeas. Hoy mismo hemos podido ver el anuncio de la venta del solar para la construcción de viviendas en las redes sociales. La translocación de los individuos a otro lugar para garantizar que siguieran viviendo hubiera sido una solución ante la imposibilidad de detener las obras. Pero nadie las vio. Aún así, aún muertas, hoy he decidido hablar de ellas. Otras ciudades, como Vitoria o Valencia señalizan lugares como éste como puntos de alta diversidad. Vitoria cuenta incluso con un plan de recuperación de orquídeas a nivel municipal. Pero esto en algunos lugares aún forma parte de la ciencia ficción.

Solar roturado para su venta. Hace unos meses era un punto de biodiversidad. Autor: Ángel Argüelles

La ceguera de las plantas fue un tema continuo durante el confinamiento de la primavera del 2020. Muchas personas comenzaron a fijarse en las plantas y a generar vínculos con aquellas que observaban a su alrededor, en una primavera que fue silenciosa por motivos diferentes, pero asociados a los que ya denunciaba Rachel Carson en su día. Durante aquella primavera de 2020 eran muchas las personas que de pronto veían las especies de su entorno. Muchas, las publicaciones sobre plantas que hasta ahora habían pasado desapercibidas o que habían sido olvidadas en las ciudades. Apareció una conciencia ancestral que estaba perdida. Ahora mismo hemos recuperado una visión utilitarista de la naturaleza inmediata que nos rodea. Volvimos a la casilla de salida… Volvimos a la ceguera inicial…

Es necesaria una revolución verde en la que todas las especies tengan el reconocimiento de su valor de existencia, que es el que poseen por el mero hecho de formar parte de un hábitat o comunidad.

Pero no son las plantas las únicas que pasan desapercibidas a ojos de la sociedad. Los hongos, líquenes, algas, insectos, microorganismos y todos los grupos vivos que no gozan de una simpatía especial, por no tener ojitos o expresiones faciales, son tan ignorados -o incluso más- que las especeies de plantas con las que conviven. Algunos grupos gozan, incluso, de una publicidad negativa, debido en muchos casos a causas totalmente ajenas, como ocurre con los quirópteros. Es por ello que, desde los comienzos de la disciplina de la Biología de la Conservación, se han escogido unas especies denominadas «banderas» o «paragüas», que gozan de una gran simpatía por parte del público en general, y que se han utilizado para proteger áreas bajo las que, además de proteger la especie elegida, se preserva el ecosistema en el que ésta vive y, por tanto, un número mayor de especies. Sin embargo, hoy en día sabemos que de nada sirve descontextualizar una especie sacándola de su ambiente y poniéndola sola en un compartimento estanco, ya que esto, carece de significado ecológico. La tendencia por tanto, debería ser la de proteger toda la biodiversidad que podamos, aunque no la apreciemos.

Para ello es necesario incidir en el respeto y la educación, con la esperanza de que este mensaje cale en las futuras generaciones, que son las que han de implicarse de manera activa en la conservación de su entorno.

Por si acaso y, con ánimo de que ustedes, carbolectores, tengan que explicar a cualquiera de sus allegados las razones por las que hay que respetar cada una de las pequeñas plantas que nos rodean, les invito a escuchar una pequeña charla Tdex en la que se cuenta para qué sirve una Primula.

Quizás, la próxima vez se hable de estas plantas antes de que hayan muerto…

Dedicado a Ángel Argüelles, por el disgusto de ver morir a tanta «gente» en el silencio de una ciudad ciega.

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